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Marilyn Monroe
 

Marilyn Monroe, de verdadero nombre Norma Jean Baker (o Norma Jean Mortenson, apellido de su padrastro), nació el 1 de junio de 1926 en Los Ángeles, en el estado norteamericano de California. Hija de Gladys Baker, quien nunca le comunicó la identidad de su padre,  su primera infancia fue muy dura, ya que su madre la dejó en manos de un matrimonio amigo hasta que cumplió siete años,  cuando se la llevó a vivir consigo. Pero un año más tarde Gladys fue internada en un sanatorio psiquiátrico en el que se le diagnosticó una esquizofrenia paranoide, enfermedad que luego Marilyn creería haber heredado, especialmente cuando era internada por sus frecuentes depresiones. Su infancia y adolescencia transcurrieron entre un orfanato, en el que ingresó a la edad de nueve años y en el que tuvo su primer trabajo remunerado como ayudante de cocina, la casa de sus abuelos y las de varias familias que la adoptaron. En una de estas casas de acogida, sufrió al parecer abusos sexuales por parte del cabeza de familia cuando contaba con ocho años.
Nada hacía pensar que Norma Jean tuviera una futura carrera como actriz, ni tan siquiera el hecho de que su madre, una mujer extraordinariamente atractiva, hubiera trabajado durante un tiempo como montadora de negativo en Consolidated Film Industries. Marcada por la inestabilidad emocional y la pobreza, a los dieciseis años, tras abandonar sus estudios, se empleó en una planta de construcción de aviones. Allí conoció al que sería su primer marido, James Dougherty, un mecánico de 21 años que trabajaba en la misma fábrica, con quien contrajo matrimonio el 19 de junio de 1942 y de quien se divorció cuatro años después. Ese mismo año de 1946 un fotógrafo de modas la descubrió y la convenció de que se hiciera modelo. Así, la aún llamada Norma Jean comenzó su carrera como modelo bajo la tutela de la agente Emmeline Snively, quien la hizo cambiar el color de su cabello, que era castaño de nacimiento, por el característico rubio platino. Durante esta época, Norma Jean realizó un sinfín de campañas publicitarias, siendo muy recordadas las que hizo para anunciar trajes de baño. Paralelamente, su carácter inquieto y deseoso siempre de adquirir nuevos conocimientos la llevó a tomar clases de arte dramático en el Actor´s Lab de Hollywood y a asistir a cursos de literatura en la Universidad de Los Ángeles (UCLA).
 
El negocio del espectáculo
El rostro de la modelo comenzaba a ser muy conocido. Sus innumerables trabajos publicitarios hicieron que en 1947 el magnate Howard Hughes, propietario de la compañía cinematográfica R.K.O. le ofreciera hacer unos screen test, unas pruebas filmadas, con el objeto de saber si podía dar bien ante una cámara cinematográfica, pero prefirió aceptar otra oferta, esta vez de la 20th Century-Fox, para trabajar unos meses como actriz de reparto. Gracias a esto intervino en tres films olvidables y en los que además no fue debidamente acreditada, pero entonces se produjo un dato importante para su futuro: Norma Jean pasó a llamarse Marilyn Monroe. Un año después la Fox rehusó renovarle el contrato, por lo que aceptó uno nuevo de parecidas características en Columbia. Para esta compañía actuó en la comedia musical Ladies of the Chorus (1948), de Phil Karlson, un filme no muy importante pero en el que cantaba en un par de números.
Al año siguiente participó en el que sería el penúltimo filme de los hermanos Marx más o menos al completo (Groucho, Harpo y Chico), Amor en conserva (Love Happy), de David Miller, y a continuación apareció, ya para otra compañía, la Metro Goldwyn Mayer, en un papel breve pero de suma importancia para su futuro como actriz, en el excelente thriller de John Huston La jungla de asfalto (The Asphalt Jungle, 1950), en la que interpretaba con bastante soltura a Angela, la amante de un gángster al que acaba por traicionar. El siempre atento Joseph Leo Mankiewicz, que había iniciado su carrera como realizador cuatro años antes, reparó en la joven Marilyn y le ofreció otro pequeño pero suculento papel en su melodrama Eva al desnudo (All About Eve, 1950). En esta película interpretaba a una superficial aspirante a actriz en lo que podríamos calificar como uno de los primeros papeles que respondían al estereotipo que más tarde se crearía de ella.
Poco antes, en 1949, Marilyn, que durante un tiempo compaginó las profesiones de actriz y modelo, dio su primer golpe en aras de la celebridad al posar desnuda para una sesión fotográfica cuyo resultado es aún hoy una de las más genuinas imágenes de una pin-up girl. Se trata de las imágenes que muestran en tomas cenitales a Marilyn desnuda sobre un cubrecamas de color rojo. Algunas de las fotos aparecerían ese mismo año en un calendario, y algo después, en 1953, una de ellas sería la portada del primer número de la famosa revista erótica Playboy. Esto, sin duda, fue un verdadero acontecimiento mediático, quizá de los primeros que podían ser comparados a los que hoy día se dan.
Mientras tanto, la actriz no abandonaba su carrera en el cine. Tras realizar algunos papeles secundarios no demasiado destacables, en 1952 apareció en algunos títulos de cierta importancia, bien por sus directores, bien por el trabajo que desempeñó en ellos, como Encuentros en la noche (Clash by Night), de Fritz Lang, No estamos casados (We´re Not Married), de Edmund Goulding, en el episodio que Henry Koster realizó para el film colectivo Cuatro páginas de una vida (O´Henry´s Full House), y en la película de intriga Niebla en el alma (Don´t Bother to Knock), de Roy Ward Baker, en el que encarnó de manera muy convincente al personaje de la niñera psicótica Nell Forbes. Pero el filme realmente importante de ese año fue la comedia de enredo Me siento rejuvenecer (Monkey Business), de Howard Hawks, el director que junto a Huston y Billy Wilder tal vez supo extraer lo mejor de Marilyn Monroe. En esta comedia, verdadero clásico del género escrita por Ben Hecht, Charles Lederer y I.A.L. Diamond, hacía el papel de una secretaria rubia y tonta junto a dos verdaderos monstruos del género, Cary Grant y Ginger Rogers. La maestría de la puesta en escena y la espléndida carpintería dramatico-cómica de la película era lo que estaba necesitando la carrera de Marilyn, que por fin podía demostrar su valía más allá de los estúpido que pudiera ser el personaje que interpretara. Además, y como se vería más adelante, fue en la comedia más o menos pura donde la actriz dio lo mejor de sí misma.
 
Los hombres las prefieren rubias
En 1953 iba a hacer las primeras tres películas en que su contrbución era  importante. En primer lugar, Niágara , un filme de suspense a lo Hitchcock que dirigió el siempre eficiente Henry Hathaway, que, sin embargo, no sería una producción idónea para la actriz. Mucho más importante, ya que tal vez es el título que marca el inicio de Marilyn Monroe como estrella y como mito sexual, es Los caballeros las prefieren rubias (Gentlemen Prefer Blondes), una nueva comedia, esta vez musical, de Hawks. Los caballeros las prefieren rubias, basada en una ingeniosa novela de Anita Loos, contaba la historia del enfrentamiento de dos coristas, una morena, la turgente Jane Russell, y otra rubia, Marilyn, que tratan de cazar a uno de los solterones más deseados y ricos de América. En este fillme, plagado de excelentes gags y de provocativos números musicales, Marilyn demostró que era además de una buena actriz de comedia una notable cantante y bailarina, con un estilo personal y muy sugestivo. De hecho, el buscado personaje masculino, que interpretó Charles Coburn, optaba finalmente por quedarse con Lorelei Lee, la rubia. El tercer trabajo que hizo ese año fue un filme argumentalmente bastante parecido, Cómo casarse con un millonario (How to Marry a Millionaire), de Jean Negulesco, en el que Marilyn y otras dos actrices, esta vez Betty Grable y Lauren Bacall, se proponían conquistar a un millonario a toda costa. No tan exhuberante ni rotunda como la anterior, era una película que explotaba en clave de comedia la disparidad de físicos y caractéres de las tres intérpretes femeninas y, por tanto, resultaba un trabajo muy a la medida de las aptitudes de la Monroe. Como consecuencia de estos sensacionales trabajos, en 1954 le sería otorgado el prestigioso Globo de Oro a la mejor actriz.
Convertida en menos de un año en una de las estrellas más rutilantes del firmamento cinematográfico hollywoodiense, el 14 de enero de 1954 contrajo matrimonio con el mítico jugador de béisbol Joe DiMaggio, uno de los primeros deportistas estadounidenses cuya popularidad era comparable a la de una estrella del cine. Sin duda alguna, fue esta boda uno de los acontecimientos sociales más sonados de ese año pero sólo unos meses después, el 27 de octubre, DiMaggio y Marilyn se divorciaron. A pesar de ello, y según el testimonio de amigos de la actriz, Joe DiMaggio fue, de los tres maridos que tuvo, el único al que quiso realmente. Cinematográficamente hablando, 1954 no fue un gran año si se compara con el precedente o con los subsiguientes. Participó en dos títulos, un peculiar cruce entre el melodrama y el western que dirigió Otto Preminger, Río sin retorno (River of No Return), un buen filme coprotagonizado con Robert Mitchum pero en el que Marilyn no brilló especialmente, y una nueva comedia musical de nivel muy inferior a las que había protagonizado el año anterior, Luces de candilejas (There´s No Business Like Show Business), realizada por Walter Lang.
 
En la cúspide
Pese a los éxitos profesionales que había obtenido en poco tiempo, en el terreno personal la vida le resultaba insatisfactoria a Marilyn. Además del reciente fracaso sentimental con DiMaggio, no cesaba de luchar para demostrar que era algo más que una cara y una figura bonitas. Cuanto más se convertía en una sex-symbol, más intentaba no sucumbir a la conformista imagen que  proyectaba. El acoso al que era sometida por parte de los directivos de las productoras era constante. Si en sus filmes ella atraía al hombre con su cuerpo y su inocente encanto, en la vida se jactaba de no haber aceptado nunca acostarse con los productores y jefes de los estudios, algo que a buen seguro le habría facilitado las cosas para conseguir mejores papeles, sobre todo en los inicios de su carrera. Por otra parte, su sempiterno complejo de nulidad intelectual, seguramente causado por haber abandonado pronto los estudios, la hacían plantearse nuevas actividades. En 1955, por ejemplo, acudió al prestigioso Actors Studio neoyorquino para tomar clases de Lee Strasberg, e inducida por éste, estudió el psicoanálisis con la finalidad de conocerse más a sí misma y su potencial interpretativo. Strasberg, un hombre generoso, la trató como un padre, y le ofreció intervenir en sesiones teatrales del centro, protagonizando obras como Un tranvía llamado deseo, de Tenessee Williams, y Anna Christie, de Eugene O´Neill Por supuesto, estos detalles fueron objeto de burlas por parte de ciertos ambientes de Hollywood que se obstinaban en verla como una actriz cuyo único atributo válido era el de despertar una irrefrenable atracción en los hombres. Las dos películas en las que intervino ese año, aunque excelentes, presentaban al personaje que debía interpretar como alguien con más de un paralelismo con esa otra Marilyn con la que se enfrentaba en la vida real. Tanto en La tentación vive arriba (The Seven Year Itch), de Billy Wilder, como en Bus Stop (Bus Stop), de Joshua Logan, Marilyn llevó a cabo dos interpretaciones estupendas. Sin embargo, y como si se tratara de una paradoja, el gran público en lugar de cambiar la idea que tenían de la actriz fijándose en su capacidad interpretativa, todavía la encasillaba más, debido a que eran papeles similares a la imagen que desde los estudios se había dado de ella.
La presión habitual a la que se sometía a una gran estrella, el menosprecio que sentía le profesaban algunos profesionales de la industria y el descontento consigo misma no tardaron en hacer mella en Marilyn. Su comportamiento en los rodajes era cada día más problemático, con frecuentes impuntualidades, excusas para intempestivas ausencias y malas relaciones con actores y técnicos. Por esta época, comenzó a tomarse períodos de descanso en clínicas debido a las depresiones en que cada vez con mayor frecuencia se veía sumida. Con todo, ella seguía estando en el ojo del huracán, siendo el objeto preferido de la prensa,  pero esto también resultaba frustrante. Cuando aceptaba conceder una entrevista, a la espera de que algún periodista se interesara por sus inquietudes intelectuales, por lo que leía o por el tipo de películas que le gustaría interpretar, lo único que encontraba sistemáticamente eran burdas cuestiones de tocador. Algunas de sus respuestas de entonces se convirtieron en célebres, como cuando aseguró que no usaba ropa interior o que para dormir sólo se ponía Chanel n. 5. Así es que, inconscientemente o no, la propia Marilyn terminaba contribuyendo a consolidar la percepción que de ella tenía la gente.
 
La eterna corista
1956 fue un año crucial en su vida, ya que el 29 de junio se casó con el dramaturgo Arthur Miller, para lo que debió convertirse previamente al judaísmo. Este enlace fue más sorprendente si cabe para el público y la prensa que el de DiMaggio. Miller, escritor y dramaturgo serio, proviniente de la élite intelectual judía, de posiciones ideológicas abiertamente izquierdistas, se casaba con una mujer que supuestamente era la antítesis: superficial, frívola, sin ideas propias y que aparecía habitualmente en las portadas de la prensa amarilla. Y quienes le auguraron lo peor, acertaron, ua que este tercer y último matrimonio fue un nuevo fracaso personal. La desenfadada e ingenua Marilyn Monroe no congenió con el exclusivo círculo de intelectauales neoyorquinos en que se desenvolvía Miller, y  a pesar de que no se divorciaron hasta enero de 1961, pronto se se distanciaron de forma irremediable.
Entretanto, Marilyn había puesto en marcha un nuevo proyecto que causaba el recelo de los jefes de los estudios: su propia productora. Cansada del maltrato y el desprecio, en 1957 viajó a Gran Bretaña para protagonizar y producir El príncipe y la corista (The Prince and the Showgirl), nueva variación algo más dramática del tema de Los caballeros las prefieren rubias  y Cómo casarse con un millonario. Como director y partenaire suyo Marilyn eligió al shakespereano y muy británico Laurence Olivier. El rodaje fue, como venía siendo habitual, algo turbulento, con enfrentamientos con Olivier, retrasos, pastillas y alcohol. Curiosamente, la crítica especializada, que ya había destacado su buen hacer como actriz dramática, en Bus Stop, fue unánime al señalar que la espontaneidad y el encanto de Marilyn habían eclipsado a Olivier, aunque fue inmisericorde con la película.
De regreso a Estados Unidos, volvieron a surgir los problemas, las inseguridades y los temores de Marilyn: un matrimonio que ya no funcionaba;  unos estudios cada vez más refractarios a contratarla, por extraño que esto pudiera parecer dada su inmensa popularidad; nuevas depresiones; nuevas estancias en sanatorios o clínicas de descanso, y dos nuevos factores, o cuando menos más acentuados, el consumo de alcohol y de píldoras, en especial barbitúricos. En su siguiente película, Con faldas y a lo loco (Some Like It Hot, 1959), genial y mordaz comedia sobre el amor y el transexualismo en la que volvió a dirigirla Billy Wilder, el rodaje se convirtió en un verdadero suplicio. En sus memorias, Wilder lo recordaría como la experiencia más traumática de su carrera debido al imprevisible comportamiento de la actriz, que nunca llegaba a la hora o que, simplemente, tenía que repetir hasta 65 veces un plano en el que tan sólo tenía una frase. No obstante, y gracias en cierto modo a la buena química que había con los otros dos actores principales, Tony Curtis y Jack Lemmon, el resultado final en lo tocante al trabajo de Marilyn sería premiado en 1960 con un nuevo Globo de Oro, esta vez en la categoría de mejor actriz de comedia o musical. En 1960, coprotagonizó junto al actor francés Yves Montand el film de George Cukor El multimillonario (Let´s Make Love). Aunque con un planteamiento habitual en la filmografía de Monroe, chica humilde pero con ansias de superación que encuentra el amor en un hombre rico, la diferencia aquí estribaba en el mayor acento dramático puesto por Cukor. Era una producción suntuosa, correctamente realizada, y con un buen trabajo de la pareja protagonista, pero aun así había algo en el conjunto que no terminó de funcionar. Durante el rodaje, Monroe y Montand tuvieron un romance en el que Marilyn se enamoró del actor, pero la relación no pasó a mayores ya que para Montand sólo representó una aventura. Una vez más, la mujer más deseada del mundo no encontraba o tenía dificultades para conservar un amor.
 
Grand finale
Su última aparición cinematográfica, si descontamos la incompleta y no estrenada película de Cukor Something´s Got to Give, fue para muchos críticos y aficionados el mejor trabajo de cuantos realizó Marilyn Monroe. Vidas rebeldes (The Misfits, 1961), de John Huston y con guión del aún marido de Marilyn, Arthur Miller, era un filme elegíaco, tocado con la rara cualidad de lo irrepetible, que unía en la pantalla a tres grandes actores, Clark Gable, Montgomery Clift y Marilyn Monroe, tres estrellas que además estaban atravesando por distintos motivos unos momentos personales especialmente delicados. Una historia de perdedores, tan del gusto de Huston, que en un último crepúsculo encontrarán al menos un lugar donde poder descansar y compartir sus experiencias con alguien. Intensa y emotiva, quizá este papel fue el mejor regalo que pudo hacer a Marilyn Arthur Miller, con quién se divorciaría poco después, el día 21 de enero de 1961, justo una semana antes del estreno de Vidas rebeldes. Su sentida interpretación de la divorciada Roslyn Taber, que encuentra un nuevo amor en el personaje que encarna Gable, volvió a ser destacada en 1962 con un nuevo Globo de Oro.
Los últimos meses de la vida de Marilyn presentan una serie de zonas oscuras que probablemente nunca lleguen a esclarecerse,  como su relación con el entonces presidente de Estados Unidos, John Fitzgerald Kennedy, que parece probado que fue de naturaleza íntima, o más tarde con el hermano de éste, el senador Robert Kennedy, en la que hay algunos indicios que pueden hacer pensar que en este caso fue tan sólo de amistad. De cualquier modo, los nombres de ambos aparecieron entonces y siguen apareciendo hoy en el asunto de la muerte por posible suicidio de la actriz, que falleció el  5 de agosto de 1962 a causa de una sobredosis de barbitúricos en su casa de Brentwood, California. No era la primera vez que había ingerido una sobredosis de barbitúricos combinada con alcohol, esto mismo había sido en la primavera del año anterior, poco después de la separación de Miller y del estreno de Vidas rebeldes. La policía, extrañamente, no reveló el nombre de la sustancia que había tomado Marilyn, y lo que aún resultó más sorprendente, incautó y rehusó hacer públicas la cinta magnetofónica de la compañía de teléfonos en donde estaban grabadas las llamadas que efectuó en la noche de su muerte. Esto no hizo más que confirmar las sospechas de que Marilyn llamó a alguien en busca de ayuda, alguien cuya alta posición pública no le permitió afrontar el escándalo que hubiera supuesto verse envuelto en semejante asunto. En resumidas cuentas, tuvo un final digno de un melodrama fou: a los 36 años, habiendo actuado en una treintena de películas, y siendo el mayor mito erótico vivo.
A pesar de la infinidad de biografías y libros que sobre ella se han escrito, incluyendo su autobiografía, aparecida póstumamente en 1974, en los que se ha podido percibir esa otra Marilyn que no se ajusta al tópico, aún hoy sigue apareciendo en primer lugar, o en un lugar muy destacado, en toda clase de rankings: en 1995, fue votada por los lectores de la revista inglesa Empire como la actriz cinematográfica más sexy de todos los tiempos; la misma revista, en 1997, la situaba como la octava estrella del cine (masculina y femenina) más grande de todos los tiempos; en 1999, la americana People Magazine la consideraba la mujer más sexy del siglo, etc., etc. A pesar de los denodados intentos que Marilyn Monroe llevó a cabo en vida para ser considerada de manera distinta a como se la veía, que incluso la llevó a la autodestrucción, lo cierto es que resulta imposible que pueda desaparecer de la imaginación colectiva como uno de los íconos eróticos del siglo XX. Su imagen de La tentación vive arriba, con blusa y falda plisada blancas que se le levantan y agitan cuando pasa sobre un respiradero del metro de Nueva York, es indisoluble.
 

 

 
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