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La historia de Pedro «El Saltamontes»
(Historia de Murillo de Gállego y Riglos)
En tiempos en que el Reino de los Mallos (formado por Ayerbe, Agüero, Loarre y Riglos) todavía no pertenecía a la Corona Aragonesa, vivió en Murillo un joven con una agilidad asombrosa, sorprendiendo sobremanera por los saltos tan espectaculares que daba. Este joven se llamaba Pedro, y no es de extrañar que le apodaran «el saltamontes».
Cuando era mozo, una apuesta puso a prueba su habilidad como saltador, saltando desde lo alto de la Iglesia. Desde el campanario, Pedro se lanzó al suelo, cayendo expertamente y quedando de pie, intacto, en la plaza. Después de esta hazaña, Pedro advirtió que nunca más le hicieran otro reto, porque no lo aceptaría. Pasó el tiempo, y un día que iba por los alrededores de Riglos en busca de caza, unos arqueros de la reina Berta, regente del Reino de los Mallos tras la muerte de Pedro I de Aragón, le confundieron con un animal y, de no ser por la velocidad con que Pedro el saltamontes salió de los matorrales, a buen seguro hubiera acabado por culpa de una flecha.
Cuando la reina se enteró del suceso, le mandó llamar y, viendo su habilidad y rapidez, decidió hacerle correo mensajero entre los castillos de su reino. Pedro el Saltamontes pronto se hizo imprescindible de la reina. Un día empezó a correr por Riglos el rumor de si Pedro el saltamontes podría o no saltar desde uno de los mallos. En Murillo sabían, porque lo habían prometido, que no le provocarían retándole; pero en otros lugares de dentro y fuera del reino, el rumor era la comidilla de las gentes, hasta que se convirtió en algo dado por hecho. La reina Berta habló con Pedro y le aconsejó que, si se decidía a bajar desde uno de los mallos de un salto, fuera a cambio de un gran beneficio.
Saltar desde uno de los mallos era algo con lo que Pedro había soñado hacer desde que era muy niño, pero también comprendía que, si aceptaba hacerlo, estaría toda su vida pendiente de nuevos retos.
Finalmente, Pedro aceptó la apuesta, pero con una serie de condiciones: la gente estaría alejada del lugar de la caída al menos 250 metros, después del salto tardarían al menos media hora en acercarse al lugar de la caída, y el dinero de las apuestas (proporcional a los recursos de cada uno) sería entregado a sus padres una hora antes de que él apareciese sobre el mallo. Las condiciones fueron aceptadas por todos, y se fijó la fecha de tan señalado día. La mañana del día programado, Pedro el saltamontes apareció saludando en lo alto del mallo. Esperó unos minutos para que todo el mundo se impregnase del momento y después se lanzó al vacío. Tras algunos botes y flexiones, Pedro cayó en el sitio que había calculado, se alejó rápidamente del lugar, dirigiéndose hacia donde su mujer le esperaba con dos caballos; se cambió de ropa y salió de allí al galope, en dirección contraria a donde estaba congregado el público.
Pasado el tiempo pactado, la muchedumbre se acercó para ver el posible cadáver de Pedro el saltamontes. Pero no estaba. Ni vivo ni muerto. Registraron los alrededores, pero no aparecía. Pasaron los días, las semanas, los meses y los años; el pequeño Reino de los Mallos se incorporó a la Corona Aragonesa, pero nadie supo qué había sido del saltador de Murillo.
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