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William Shakespeare
 

A pesar de la creencia más o menos generalizada según la cual la vida de Shakespeare es todo un misterio y su biografía está forjada a base de conjeturas, leyendas y suposiciones, se conocen con bastante exactitud todos los datos importantes de su carrera, y se sabe de él mucho más que de la mayoría de sus contemporáneos o, en cualquier caso, lo suficiente para la comprensión de su obra, que es una de las menos autobiográficas de la historia de la literatura y, por ende, la menos necesitada de desciframientos testimoniales.
Hijo de John Shakespeare y de Mary Arden, William Shakespeare fue bautizado el día 26 de abril de 1564 en la iglesia parroquial de la Santísima Trinidad de Stratford-on-Avon, en el condado de Warwickshire. No se tiene constancia del día de su nacimiento, pero tradicionalmente su cumpleaños se festeja el 23 de abril, tal vez para encontrar algún designio o fatalidad en la fecha, ya que la muerte le llegó, cincuenta y dos años más tarde, en ese día. Un año después del nacimiento de su hijo, John Shakespeare, un próspero comerciante de Stratford, fue elegido concejal y en 1568 alcalde de esa pequeña ciudad. La madre provenía de una vieja y acomodada familia católica, y es muy posible que el poeta, junto con sus dos hermanos y una hermana, fuese educado en la fe de su madre. De sus años escolares no disponemos de datos, pero se sabe que había en Stratford una escuela secundaria pública y parece poco probable que el hijo del alcalde no estudiase allí. Sea como fuere, no vuelve a aparecer ningún dato fiable sobre Shakespeare hasta 1582, cuando, según el testimonio del registro episcopal de Worcester, el día 28 de noviembre se solicitó permiso para anunciar una sola vez -en lugar de las tres de rigor- el matrimonio de William Shakespeare y Anne Hathaway, hija de una acomodada familia de Stratford. No se conoce la fecha precisa de la boda, pero se puede deducir el motivo de tal urgencia: en mayo nació su hija Susanna, bautizada el día 26 del mismo mes. Dieciocho años tenía Shakespeare al casarse y veintiséis su mujer. Tanto por la diferencia de edad como por la ceremonia apresurada es de suponer que se trató de un matrimonio forzado por las circunstancias. El 2 de febrero de 1585 nacieron sus gemelos, Hamnet y Judith. Posiblemente siguió algunos años más junto a su familia. Se dice que trabajó de maestro de escuela, que fue soldado y que, acusado de hurto, tuvo que abandonar Stratford, trasladándose a Londres, alrededor de 1587. Al parecer, su carrera teatral comenzó desde muy abajo: cuidando de los caballos de los espectadores, trabajando de traspunte y de figurante, aunque no tardó demasiado tiempo en convertirse en el autor más aclamado y envidiado de aquella época.
 
El teatro isabelino
Si Shakespeare llegó a Londres en 1587, coincidió con la decapitación de María Estuardo; si lo hizo al año siguiente, pudo celebrar allí la victoria sobre la Armada Invencible. Fueron tiempos agitados, pero también de enorme trascendencia para Inglaterra, cuyo trono era ocupado por Isabel I desde 1558. Esta reina enérgica y pragmática -cuyo retrato, según el malicioso Strindberg, se puede reconocer en la Cleopatra de Shakespeare- fue una gran protectora del teatro, que tanto necesitaba esos apoyos reales. Se daba el curioso caso de que esta diversión tan popular era perseguida por los burgueses puritanos, importante fuerza de la sociedad inglesa, y defendida por la nobleza y la corte: en 1570 el puritano alcalde de Londres expulsó de la ciudad las compañías teatrales. No obstante, pronto se empezaron a levantar teatros en las afueras, bajo la protección de algunos poderosos aristócratas.
El primer hogar del teatro inglés fue el patio de cualquier taberna, y cuando alrededor de 1574 aparecieron los primeros edificios teatrales, mantenían la misma estructura: un patio descubierto donde estaba el pueblo llano de pie, rodeado por galerías, cubiertas, para los espectadores más ilustres, naturalmente, sentados. El escenario era pequeño y no tenía telón. A las mujeres no les estaba permitido actuar y sus papeles eran interpretados por jóvenes. Como estos actores adolescentes escaseaban, los autores se vieron obligados a concebir sus personajes femeninos pensando en ellos. En la compañía de Shakespeare había dos: uno pequeño y otro mayor, por lo que aparecen casi siempre en esta combinación, como Rosalinda y Celia en Como gustéis. Además, en las obras estas «chicas» a menudo se hacían pasar por hombres para poder estar junto a sus enamorados, como es el caso de la misma Rosalinda. La representación tenía lugar por las tardes, a la luz del día. No se utilizaba escenografía, por eso Shakespeare describía el contorno y el ambiente al comenzar una escena. Frente a la pobreza del decorado había un prodigioso lujo en el vestuario: la chaqueta de un actor podía costar casi lo mismo que los honorarios del autor. Por otra parte, tampoco las piezas teatrales eran apreciadas como obra de arte: su posición literaria debió ser algo similar a la que ocupan hoy los guiones de cine o, incluso los de televisión. Este desdén explica que los dramaturgos no se molestaran en editar sus obras y que el mismo Shakespeare, tan escrupuloso con la publicación de sus poemas, no se preocupara por guardar su teatro para la posteridad, pues tuvieron que ser unos amigos actores, siete años después de su muerte, quienes se encargaron de recopilarla.
Es difícil imaginarlo hoy en día, con la idea victoriana del carácter inglés por medio, pero la característica principal del teatro isabelino era la pasión. Rotas las ataduras medievales, aunque vivas sus tradiciones y mitologías, y no forjada aun la nueva moral burguesa y puritana, nada impedía el desbordamiento libre de los sentimientos. El teatro constituía un rito popular, un culto que contaba con verdaderos profesionales para celebrarlo: aparte de célebres actores, dramaturgos como Thomas Kyd, cuya Tragedia española, un sangriento drama de venganza, fue una de las fuentes de Hamlet, o Christopher Marlowe, talento bohemio y violento, autor del fundamental Doctor Faustus y de una obra que inspiró El mercader de Venecia.
 
Shakespeare, autor teatral
En su primera etapa, Shakespeare siguió la línea de estos dramas isabelinos de capa y espada. De estos años (entre 1589 y 1592) son las obras con las que inaugura su crónica nacional, sus dramas históricos: las tres primeras partes de Enrique VI y la historia de quien lo asesinó, Ricardo III. La comedia de los errores, basada en un tema de Plauto, marca su faceta burlesca, y Tito Andrónico, tragedia bárbara inspirada en Séneca, su primera obra de tema romano.
Durante la peste de Londres de 1592 -que los puritanos aprovecharon para mantener cerrados los teatros hasta 1594-, Shakespeare se retiró a Stratford y desarrolló sus dotes poéticas. En 1593 publicó Venus y Adonis y en 1594 La violación de Lucrecia, dos poemas largos, dedicados a su joven protector, Henry Wriothesley, conde de Southampton, a quien se suele asociar con uno de los protagonistas de los afamados sonetos. Según figura en los documentos, en 1594 ya era miembro destacado de la mejor compañía de la época, la Lord Chamberlain's Company of Players (Compañía de Actores de lord Chamberlain), nombre tomado de su protector, y había escrito La fierecilla domada, Los dos caballeros de Verona, dos comedias de inspiración italiana y una tercera, Trabajos de amor perdidos, ambientada en una Navarra imaginaria. Shakespeare empezó de actor en la compañía y aunque siguió haciéndolo hasta 1603, nunca llegó a interpretar papeles principales. Sin embargo, la experiencia debió serle útil. Como Molière, Brecht o Bulgákov, Shakespeare fue un verdadero hombre de teatro: lo conocía desde dentro, participaba en los ensayos, presenciaba los espectáculos y concebía sus personajes pensando en actores concretos. Paralelamente a su éxito teatral, mejoró su economía. Llegó a ser uno de los accionistas de su teatro, pudo ayudar económicamente a su padre e incluso en 1596 le compró un título nobiliario, cuyo escudo aparece en el monumento al poeta construido poco después de su muerte en la iglesia de Stratford. En aquel año murió su hijo Hamnet, pérdida que se suele vincular con el trágico final de Hamlet, obra bastante posterior a este hecho. Entre 1594 y 1597 escribió Romeo y Julieta y El sueño de una noche de verano, dos obras de amor y de juventud, y los dramas históricos Ricardo II, Rey Juan y El mercader de Venecia.
En 1598 la compañía de Chamberlain se instaló en el nuevo teatro The Globe (El Globo), cuyo nombre se uniría al de Shakespeare para siempre. Ésta parece que fue la etapa más feliz del escritor, la época de las comedias Mucho ruido y pocas nueces, Como gustéis, Las alegres comadres de Windsor, que según la leyenda fue escrita en quince días por encargo urgente de la reina, Duodécima noche y Bien está lo que bien acaba, escritas todas entre 1598 y 1603. De estos años son también -como anticipando su próxima etapa- Julio César, Troilo y Cresida y su obra más famosa, más perdurable, Hamlet.
A la muerte de Isabel l en 1603, Jacobo I, hijo de María Estuardo y rey de Escocia desde 1567, se convirtió también en rey de Inglaterra y la compañía de Chamberlain pasó bajo su protección con el nombre de King's Men (Hombres del Rey). A pesar del cambio de nombre y de protector, el teatro mantuvo su carácter público: hicieron representaciones para todo el mundo, incluso para la corte. Ante tal éxito, la compañía inauguró una pequeña sala cubierta, en 1608, la Blackfriars, con una entrada más elevada y para un público más selecto. Financieramente, la compañía funcionaba como una sociedad anónima de la que Shakespeare fue uno de sus más importantes accionistas. Debido a la buena administración, su posición económica se afirmó aun mas: compro varias propiedades en Londres y en Stratford, hizo distintas inversiones, entre ellas algunas agrícolas, y en 1605 compró una participación de los diezmos de la parroquia de Stratford, gracias a lo cual -y no a su gloria literaria- fue enterrado en el presbiterio de la iglesia.
 
Los enigmas de Shakespeare
Es cierto que la juventud del poeta ofrece los pasajes más desconocidos para el biógrafo, sin embargo los verdaderos misterios de su vida pertenecen a aquellos años en que su carrera puede ser reconstruida con bastante fidelidad. El más conocido de estos enigmas está relacionado con sus sonetos, publicados en 1609, pero escritos, en su mayor parte, unos diez o quince años antes. Uno de los protagonistas de los 154 sonetos es un apuesto joven a quien el poeta admira mucho, y el otro es la famosa dark lady, 'dama morena', que le fue infiel con el anterior. Muchos intentaron encontrar en estos poemas claves de la vida interior de Shakespeare, pruebas de su presunta homosexualidad, afirmando que el joven galán de los sonetos o, tal vez, la 'dama morena' no era otro que el conde de Southampton, mecenas del debutante autor, a quien le había dedicado sus dos primeras obras poéticas. No se sabe con certeza quién era el objeto de la adoración secreta del poeta. Sus únicas referencias personales comprensibles y claras son menudencias: que sufría de insomnio, que le gustaba la música, que reprobaba las mejillas pintadas y el uso de las pelucas.
Otra de las incógnitas es que sus años de más éxito social, económico y profesional, entre 1603 y 1612, coinciden con la época de sus grandes tragedias, sus obras más amargas y desilusionadas, como Otelo, El rey Lear, Macbeth, Antonio y Cleopatra, Coriolano, Timón de Atenas. Incluso la última comedia de estos años, Medida por medida, es más sombría que muchos de sus dramas. Además sus últimas cuatro obras, Pericles, Cymbeline, El cuento de invierno y La tempestad, su maravillosa despedida del teatro y del mundo, muestran una curiosa incursión de elementos novelescos y pastoriles en su teatro, sin duda bajo la Influencia de la nueva generación de dramaturgos como Francis Beaumont o John Fletcher. Hay otras dos obras, Enrique VIII y Los dos nobles parientes ambas de 1612-1613, cuya autoría parcial suelen atribuirle, ya que según todos los indicios fueron escritas en colaboración con el joven Fletcher, con las que el número de sus piezas teatrales sumarían 38. Pero La tempestad es considerada universalmente como su última obra.
Sea como fuere, lo cierto es que alrededor de 1613, es decir a los cuarenta y ocho años de edad, en pleno poder de sus facultades mentales y en el cenit de su carrera, Shakespeare rompió abruptamente con el teatro y se retiró a su ciudad natal como podría hacerlo un pequeño burgués que después de una vida de trabajo quisiera gozar de sus bienes en la quietud campestre. Sus últimos años transcurrieron como los de un respetado hidalgo rural: participaba en la vida social de Stratford, administraba sus propiedades y compartía sus días con sus familiares y vecinos. Sus obras siguieron en cartelera hasta después de su muerte, y debió conservar algún contacto, aunque sólo amistoso, con el teatro. Incluso se dijo, según una leyenda registrada casi medio siglo después, que murió a consecuencia de un banquete celebrado en compañía de su colega Ben Jonson. Contradice a esta historia el hecho de que un mes antes de su muerte dictara su testamento rubricándolo con una firma temblorosa que permite imaginar que ya se encontraba enfermo. El testamento, extenso y minucioso, está relacionado con el último misterio de la vida de Shakespeare, aunque sea sólo menor y de orden anecdótico: después de nombrar como heredero principal al marido de su hija mayor, Susanna, y de legar valiosos objetos de oro y de plata a su otra hija, Judith, dejó a su mujer su «segunda mejor cama». Nadie ha podido descifrar el significado verdadero de tan extraño legado, que, a su vez, dice mucho del cariz del matrimonio del poeta.
 
La vida póstuma
La posteridad se ha ocupado de Shakespeare más que de cualquier otro autor, y no sólo en el sentido positivo. Muchos querían negarle la autoría de su obra atribuyéndosela a espíritus más elevados, preferiblemente de origen ilustre, como el filósofo Francis Bacon o el poeta Edward de Vere, conde de Oxford. Según otras tesis, su amigo el dramaturgo Christopher Marlowe habría sido el verdadero autor: no habría muerto a los veintinueve años, en una pelea de taberna como se creía sino que logró huir al extranjero y desde allí enviaba sus escritos a Shakespeare. A Voltaire y a Tolstói, por ejemplo, les irritaba no la persona del poeta (o su origen plebeyo), sino su obra, que es lo contrario a todo orden clásico, regla artística o realismo formal. Es la misma libertad: verbal, dramática, emocional. Se expresa con veloces imágenes, en una misma obra salta años, países y mares, cambia azarosamente los hilos de la trama y alterna el tono cómico con el trágico. Su obra es la perenne inquietud y su perspectiva, el infinito. Hace caso omiso de los cánones de la composición porque obedece a unas leyes más importantes y atávicas que las de la unidad de tiempo o de lugar. Nadie logró inmortalizar a tantos personajes como ese dramaturgo que prácticamente no llegó a inventar ni una sola historia propia. En una de esas metáforas asombrosamente plásticas que tanto abundan en su obra, Shakespeare define la gloria como «un circulo en el agua / que nunca cesa de agrandarse / hasta llegar a ser tan ancho / que se disipa en la nada...». Pero la suya no fue así. No tendió a desvanecerse, ni siquiera a languidecer: después del relativo desinterés por su obra en los tiempos de moral puritana y de gusto neoclásico, a partir del prerromanticismo se le volvió a descubrir de modo universal. Desde entonces todas las épocas y estilos tienen su propio Shakespeare, corroborando la predicción de su amigo y rival, Ben Jonson: «Él no era de una época sino para todos los tiempos».
 

 

 
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