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Kennedy
 

John Fitzgerald Kennedy sintetizaba en su nombre la fusión de dos importantes dinastías. Tanto John Fitzgerald como Patrick Kennedy, bisabuelos del presidente, llegaron a Boston hacia 1850 entre los miles de irlandeses que en la época emigraron a los Estados Unidos. En octubre de 1914 sus nietos Joseph Kennedy y Rose Fitzgerald se unían en matrimonio uniendo así las dos familias. Ambos eran ricos, arribistas y  profundamente católicos. Compraron una estupenda casa en Brookline, barrio residencial de Boston, y fundaron allí su numeroso clan: Joseph Jr. o Joe fue el primogénito, nacido en 1915; seguido de John Fitzgerald o Jack, el 29 de mayo de 1917; Rosemary, 1918; Kathleen, 1920; Eunice, 1921; Patricia, 1924; Robert o Bob, 1925; Jean, 1928, y por último Edward o Ted, el año 1932.
Joseph Kennedy había amasado por entonces la impresionante fortuna que lo convirtió en uno de los hombres más ricos del país cuando sólo contaba treinta años. Incluso salió beneficiado de la crisis de 1929. En esta época los Kennedy poseían varias propiedades, casas veraniegas en Florida y Cannes, piscinas, yates, pistas de tenis y «uno o dos RollsRoyce», como expresara Rose Kennedy en sus memorias. En 1932, cuando su amigo Franklin D. Roosevelt se presentó a las elecciones presidenciales, Kennedy solventó su campaña decidido a probar fortuna en la carrera política. Consiguió ser presidente de la comisión federal de la marina mercante y más tarde, en 1937, fue nombrado embajador en Gran Bretaña.
John F. Kennedy inició su educación en la Riverdale Country Day School de Brookline y -ya instalada su familia en Manhattan- continuó sus estudios en la Choate School, en Connecticut. Su formación siguió los pasos de la de Joe, su hermano mayor, y con él fue enviado por su padre a la London School of Economics, en el verano de 1935, para seguir un curso impartido por Harold Laski; sin embargo, la mala fortuna obligó al joven John a regresar a las pocas semanas debido a una hepatitis. Al año siguiente, al igual que antes su padre y después Joe, ingresó en Harvard. Allí sólo obtuvo calificaciones destacables en la etapa final de su carrera y únicamente en economía y ciencias políticas. El deporte conseguía interesarle más que estas disciplinas intelectuales y en ningún momento se sintió atraído por la carrera política, para la cual parecía estar destinado su hermano mayor. Además, su futura profesión no constituía un apremio ni para él ni para su familia. Había viajado varias veces al extranjero, visitó incluso la Unión Soviética y América del Sur, y durante la estancia de su padre en Londres colaboró con él en la embajada interesándose por los distintos conflictos que desembocarían en la Segunda Guerra Mundial, y especialmente por la situación de Gran Bretaña con respecto a Europa. De todos esos apuntes surgió el tema de su tesis, Why England slept (Por qué dormía Inglaterra), título tomado de los discursos de Churchill y que le valió una graduación magna cum laude en junio de 1940. Más adelante publicó el libro que resumía esta investigación, y llegó a vender ochenta mil ejemplares.
La vida optimista de los Kennedy sufrió, a partir de la Segunda Guerra Mundial, un fuerte viraje. La postura aislacionista de Joseph Kennedy y su falta de colaboración con el gobierno británico le obligaron a abandonar la embajada. Eran bien conocidas sus simpatías por el general Franco, y de regreso a Boston se ganó una merecida fama de antisemita por su animadversión hacia los numerosos judíos europeos refugiados en su tierra. La muerte de Joe, el 12 de agosto de 1944, en combate sobre Normandía, poco después la de William Cavendish, el esposo de Kathleen, en iguales circunstancias, y más tarde la de la propia Kathleen, cuando cayó el avión en que viajaba a Cannes para reunirse con la familia, fueron golpes duros para el clan.
Cuando los Estados Unidos entraron en guerra, John se enroló como voluntario en la marina y fue destinado a una escuadrilla de lanchas torpederas con base en el Pacífico. En agosto de 1943, la lancha que mandaba con el grado de teniente fue abatida por un destructor japonés cerca de las islas Salomón y se lo dio por desaparecido durante varios días. Sobrevivió, sin embargo, arriesgando su vida para salvar al resto de la tripulación, y esto le valió las más altas condecoraciones como héroe de guerra.
 
La fuerza de la unión
Tras la muerte del hermano mayor, las esperanzas del padre recayeron en John. En 1945, cuando éste trabajaba como corresponsal en el «imperio» Hearst y había cubierto ya varias conferencias internacionales, Joseph Kennedy le expresó su deseo de que ocupase el puesto que Joe tenía asignado en la vida y se dedicase a la política. Después de una exhaustiva campaña en la que estuvo siempre apoyado económica y doctrinalmente por su familia, John Kennedy logró convertirse en 1946 en diputado del Partido Demócrata por Boston en la Cámara de Representantes y mantuvo su escaño en las elecciones de 1948 y 1950, si bien su acción legislativa fue discreta. Se caracterizó, primero, por una retroactiva desaprobación al gobierno Roosevelt y por la presentación de varios proyectos de contenido social, rechazados en la mayoría de los casos. Lo más destacable de esta primera etapa de su vida política fue su franco apoyo a todas las ayudas internacionales: el préstamo otorgado a Gran Bretaña, la ayuda a Grecia y Turquía, el Plan Marshall y otras medidas afines. En 1949 sorprendió uno de sus discursos, hostil a la política estadounidense llevada a cabo en China, «a causa de la cual -manifestó- los Estados Unidos habían perdido la posibilidad de conseguir una China no comunista». El tono crítico a la política oficial y el encarnizamiento anticomunista que mostró se asemejaban al que, a partir de un año más tarde, emplearía el senador por Wisconsin Joseph McCarthy.
En abril de 1952, a sus treinta y cinco años su padre lo instó a presentarse al cargo de senador por el estado de Massachusetts. De nuevo el clan se lanzó a una frenética actividad: se trataba de disputar el puesto a Henry Cabot Lodge, quien lo mantenía desde 1935. Corrieron ríos de tinta y dólares. Sus imágenes forraron el estado. La televisión emitía cada noche «El café en la casa de los Kennedy», donde se mostraba la unión y la fuerza del clan, la paz y la elegancia del hogar. Banquetes en Palm Beach y Hyannis Port, sus dos fortalezas de Florida; millones de tarjetas navideñas personalizadas saturaban los correos y sus obras de beneficencia en especial ayudas a centros de deficientes mentales, -su hermana Rosemary estaba internada en uno de ellos- no dejaban de destacar en los periódicos. A uno de esos banquetes invitó a la reportera de un diario de Washington, que había conocido un año antes, Jacqueline Lee Bouvier. No tardó ésta en enamorar al aspirante a senador y a su familia, pues combinaba a la perfección su belleza con sus conocimientos idiomáticos (hablaba varias lenguas), así como el encanto de su origen francés con la dote de su padre, célebre financiero neoyorquino.
Fueron los años en que se casaron los Kennedy: Bob con Ethel, Eunice con Sargent Shriver, Pat con el actor Peter Lawford, Jean con Steve Smith, y Teddy lo haría más adelante con Joan. Era el momento de hacerlo también él. La boda se celebró en Boston para mil doscientos invitados que formaban cola para saludar a Jack y Jackie. Era el 12 de septiembre de 1953, y Jacqueline Kennedy se convirtió desde ese día en una de las mejores bazas del futuro presidente.
En octubre de 1954 John Kennedy se vio obligado a alejarse de la vida política. Una antigua dolencia de espalda, por la que ya había sido intervenido, se intensificó y el uso de muletas -ocultas en el coche durante sus campañas- se hizo cada vez más necesario. Debió ser operado para unir sus vértebras descolocadas. Tras la operación se recluyó en Hyannis Port con cuantiosa documentación histórica de los archivos del Senado y dedicó su tiempo a escribir un nuevo libro, Perfiles de coraje; ocho retratos de personajes políticos estadounidenses del siglo XIX, que publicó un año después con éxito de crítica y público. En 1957 obtendría por esta obra el Premio Pulitzer. Pero en febrero de 1955 su enfermedad no remitía y debió someterse a una nueva intervención, tras la cual logró recuperarse y hacer su rentrée pública dispuesto a presentarse a la candidatura para la vicepresidencia en el Partido Demócrata. Sin embargo, fue vencido por Estes Kefauver.
La abrumadora victoria de Eisenhower no amendrentó a los demócratas, que veían en Kennedy el candidato idóneo para las elecciones presidenciales de 1960. Su ausencia de Washington lo beneficiaba, en cierto sentido, ya que en diciembre de 1954, cuando el Senado condenaba a McCarthy, no se vio obligado a manifestarse ante los censores. Según su posterior colaborador Robert Sorensen, Kennedy no aprobaba la mentalidad maccarthista, pero tampoco se adhería a los liberales. Su hermano Bob había formado parte de la comisión presidida por McCarthy como consejero jurídico, y él mismo la había integrado. A pesar de su modus faciendi, nadie pareció oír a Eleanor Roosevelt cuando se preguntó de viva voz si los liberales podrían dar su voto a un hombre que ni siquiera había condenado a MacCarthy.
Los liberales, incluso los no liberales, se lo dieron. En 1960 el clan intensificó su energía pero el triunfo final fue una conquista personal de Kennedy. En los últimos años había hecho nuevas e influyentes amistades y estaba rodeado de eficaces colaboradores, recuperados en su mayoría de Harvard. Acababa de publicar su tercer libro, La estrategia de la paz, y había tenido tiempo de profundizar en todos los temas de preocupante actualidad en su país susceptibles de reforma. Pulcro, levemente despeinado, paseó su joven imagen por el mundo, junto a una Jackie en estado y con su hija de tres años, Caroline. Con su lema «Kennedy está en el cambio» y su referencia a los flamantes años sesenta como «la nueva frontera», arrasó en las elecciones primarias y, aunque por escasísimo margen, el 8 de noviembre logró la victoria sobre Nixon.
 
Dallas
Cuando el 21 de enero de 1961 tomó posesión de su cargo, ya nadie dudaba que Kennedy haría realidad su lema. Una de sus primeras medidas fue recomendar la puesta en libertad del líder negro Martin Luther King quien cumplía una condena a trabajos forzados en Georgia. Más tarde, su actuación en favor de la integración racial fue tildada de «vacilante», pero pese al rechazo de que fue objeto su proyecto de ley de derechos civiles en el Congreso -en general todo proyecto suyo encontró en el Congreso una fuerte oposición-, dejó su huella entre los negros, que lo llegaron a comparar con el mítico presidente Abraham Lincoln.
En los mil treinta y siete días que gobernó Kennedy dejó la impronta del cambio. Apenas instalado en el despacho oval, escoltado por Dean Rusk como secretario de Estado y de su hermano Bob como fiscal general, sus medidas renovadoras se sucedieron. La ayuda federal al sistema educativo, el impulso que dio a la cultura y a las artes y, sobre todo, el relanzamiento de la economía, que condujo a un marcado progreso del consumo y de las inversiones privadas que, a su vez, permitieron recuperar el retraso aerospacial del país respecto a la Unión Soviética, fueron sólo algunas de sus más célebres innovaciones. En abril de 1961, tras fracasar en el envío de los marines entrenados por la CIA a Cuba, misión que culminó en la frustrada invasión de la bahía de Cochinos, su obsesión por frenar la expansión revolucionaria en América Latina lo llevó a crear la Alianza para el Progreso. Tampoco fue del todo feliz su entrevista con Kruschev en Viena; en junio de ese año, logró un alto al fuego en Laos y la retirada de los misiles soviéticos instalados en Cuba, pero no obtuvo ningún éxito en la crisis de Berlín, que culminó tres meses después con la división de esta ciudad en dos, Este y Oeste, y más tarde con la construcción del muro. En octubre de 1962, la detección de misiles en Cuba a pesar del acuerdo, decidió a Kennedy a bloquear la isla; ante el peligro de un conflicto nuclear Kruschev se vio obligado a retirarlos y se firmó el Tratado de Moscú que puso fin a las pruebas nucleares en la atmósfera. No hay que olvidar sin embargo que la primera incursión de la CIA en Vietnam se llevó a cabo bajo su mandato. Si sus fines eran indudablemente democráticos, no lo eran tanto los medios de lograrlos. El principal artífice del hombre político había sido alguien tan poco digno de crédito como su padre. A este respecto, Truman, dirigiéndose a un temeroso del catolicismo de Kennedy, dijo: «Yo no temo al papa, sino al papá».
El 22 de noviembre de 1963 John Kennedy y su esposa, seguidos del vicepresidente Lyndon Johnson, entraron en Dallas. Era parte de su campaña en la zona más reacia del país en vistas a su reelección de 1964. Durante su paseo en coche descubierto fue abatido por tres disparos efectuados presuntamente por Lee Harvey Oswald, detenido horas después. Dos días más tarde éste era asesinado por Jack Ruby, que, a su vez, moriría de un supuesto ataque al corazón en 1967. Ni la comisión Warren, ni las investigaciones del FBI, ni la comisión especial del Congreso pudieron echar luz sobre el suceso.
 

 

 
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